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La llegada de Aya

Relato de acompañamiento de Doula

Nora me brindó la oportunidad de acompañarla durante el embarazo, el parto y el posparto. Fue el regalo más grande.

Nora es una mujer valiente y resiliente. Tenía las cosas muy claras, así que se informó y luchó por tener el parto que deseaba.

El jueves 13 de mayo a las 8 de la mañana entrábamos por la puerta del hospital. Había programada una inducción. Esa noche no dormí casi nada, pensando si lo tendría todo preparado y si podría acompañar a Nora como deseaba y como se merecía.

Pero resultó que no había camas en planta ni paritorios libres, así que reprogramaron la inducción para el domingo y nos mandaron a casa. Antes de irnos, un ratito de monitores para escuchar a Aya.

Y en el mismo hospital, empezaron las contracciones. No nos lo creíamos, pero esque Aya tenía otros planes, nacería cuando ella quisiera.

A Nora le apetecía caminar, así que cuando salimos del hospital, fuimos a pasear por el parque. Con el sol de primavera y entre árboles y gente paseando, Nora surfeaba las contracciones. Yo las controlaba con la aplicación del móbil.

Reímos, hablamos, paseamos. Cuando tenía una contracción, paraba y la bailaba suavemente. La miraba y no podía dejar de ver su poder y su fuerza.

Al cabo de dos horas de contracciones bajo el sol, volvimos al hospital y ya nos quedamos.

Entró en la ducha, y parecía flotar, como si estuviera en una nube. Me pidió que le contara cosas, así que le hablé de mi hijo, de como nació… Hasta que llegó un momento que reinó el silencio, los suspiros y el contacto: mi mano en ningún momento más soltó la suya.

En el silencio y la oscuridad de la habitación, Nora descansaba en la cama. La comadrona y yo la tapamos. Tenía frío. Le puse unos calcetines y la tapé con las mantas.

-No te vayas.

-Estoy aquí, no me voy.

Y de pronto, hubo un cambio, Nora se puso de lado y empezó a empujar. Le di la mano y el equipo sanitario lo preparó todo. Me invadió una emoción intensa, y se me empañaron los ojos. Le susurré que lo estaba haciendo genial. Nos miramos y vi agradecimiento en sus ojos.

-Es el parto que deseaba. -dijo sonriendo, casi eufórica.

Lentamente, Nora paría y Aya nacía. Ese momento tan mamífero, tan intenso y emocionante. Entregarse a la vida, sin retorno, acompañar a su hija a ese viaje sin igual. Transformarse y renacer.

Y nació Aya, húmeda y con los ojos muy abiertos. El cordón latía con fuerza, azulado, devolviéndole la sangre. Lloró un poco pero en el pecho de su madre se calmó en seguida. Era su hogar.

Qué momento tan mágico y sagrado, el reencuentro al otro lado de la piel.

Cuando el cordón dejó de latir, lo corté con amor, dando las gracias a la placenta por haber cuidado a Aya durante tantos meses.

Nora estaba cansada pero radiante, preciosa.

En el mismo paritorio la pequeña se enganchó al pecho y pasado un rato subimos a planta. Ya oscurecía y me fui a casa, dejándolas descansar en su primera noche juntas.

De vuelta a casa, sentí agradecimiento. Di gracias a la vida, por haber podido presenciar el nacimiento y la llegada de Aya.

La mañana siguiente, volví al hospital. Habían pasado una buena noche aunque no habían podido descansar mucho por los ruidos del hospital. Nora tenía ganas ya de volver a casa para ver a su marido y a Asiya, su hija mayor. Por las restricciones, solo yo podía visitarla durante el ingreso. Por suerte, esa misma tarde, 24 horas después del nacimiento, le dieron el alta y las acompañé a casa.

El reencuentro fue precioso, verlos a los cuatro juntos y poder inmortalizarlo para siempre.

Unos días más tarde, volví y le traje un tupper con comida, unas hierbas para infusiones y arcilla blanca para Aya. Hablamos del parto y compartimos sensaciones. Hoy escribo el relato de parto y aún me emociono recordándolo. De hecho, nunca olvidaré la primera vez que acompañé como doula de partos.

 

¡Gracias, familia! Ha sido un honor acompañaros.

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